lunes, 23 de septiembre de 2019

El canto del Mirlo



Un día cualquiera. El sonido de hojas pisadas me advierte de la presencia de alguien. 

No hay motivo de alarma, sé que se trata de un Mirlo que entre la hojarasca y de forma ruidosa busca alimento. Se desplaza a saltitos, remueve y escarba entre las hojas en busca de insectos y entre batida y batida alza la cabeza para inspeccionar el entorno mostrando su elegante posado erguido. Es entonces cuando aprovecho y con un clic lo inmortalizo.

No solo se alimentan de insectos los mirlos; de hecho como aves omnívoras que son no desprecian las frutas. Doy fe de que las fresas, los nísperos y las cerezas les encantan y en cuanto están maduros, dan buena cuenta de ellos. Pero lejos de molestarme, encantado estoy de que los frutos les sirvan de sustento. 

En la época de nidificación es cuando más se nota su presencia por el característico reclamo de su canto de cortejo, sus posteriores idas y venidas en busca de ramitas para la construcción del nido, su canto estridente e intimidatorio y comportamiento agresivo si algún otro pájaro se aventura en su territorio. De hecho se muestran muy territorales, no soportan la presencia de otros pájaros en el entorno.

Son aves monógamas, hasta la muerte de uno de los componentes de la pareja. Las puestas suelen ser de cuatro a seis huevos y los pollos abandonan el nido a los quince días, aún sin saber volar, pero sus padres les seguirán alimentando hasta que se puedan valer por sí mismos.

Su canto, aflautado y melódico, es considerado uno de los más bellos. Poseen un gran repertorio, variaciones melódicas y capacidad para improvisar. Incluso algunas subespecies son capaces de imitar el canto de otros pájaros, la voz humana, el maullido de los gatos o el sonido de una alarma.

Es al amanecer o al atardecer cuando más se les puede oír cantar, tiñendo esos momentos de melancolía y casi no se me ocurre mejor compañía.

Aún recuerdo la primera vez que anidaron en casa. Con la ayuda de una escalera me encaramaba al nido para ver si estaban bien los pollos.

Me gusta pensar que los que siguen viniendo son hijos, de los hijos de los hijos... de aquella primera hermosa pareja.

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