12:33
Media noche. Afuera llueve.
Lo sé por el sonido que dejan las gotas al caer sobre los árboles. Yo tras la pantalla, como casi siempre a estas horas. Es a estas horas, acabado el ajetreo del día y en el silencio de la noche cuando dedico tiempo a elaborar una entrada, repasar la actualidad, responder correos, leer o hacer cualquier otra actividad de mi interés.
Miro por la ventana y veo un caracol que lentamente asciende dejando su rastro tras él. Nada novedoso, en los días de lluvia salen por doquier y como expliqué en otra entrada, algunas veces sus incursiones acaban en algún lugar de la casa. Hoy no será el caso porque tengo las ventanas y las puertas que dan al exterior cerradas.
Me quedo observando cómo lentamente prosigue su avance, quizá atraído por la tímida luz que se escapa al exterior. Y mi pensamiento y mi corazón se van irremediablente, como en un ensueño, hacia el recuerdo de aquella mujer de lluvia y de otoño que, como también expliqué, a la hora de ir a dormir miraba que no hubieran caracoles bajo la cama. Y es que hay personas que dejan una gran huella.
Si la vida es sueño, no quiero despertar.
Si la vida es sueño, no quiero despertar.
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