Es al llegar el periodo estival que la naturaleza se inunda del canto de las cigarras. Este canto en forma de zumbido abrumador puede alcanzar una intensidad de 120 dB, próximo al umbral de dolor del oído humano y que se puede escuchar a kilómetros de distancia, coincide con su época de reproducción y es producido por los machos para atraer a las hembras.
Para emitir su canto los machos poseen un par de membranas acanaladas en la base de su abdomen que reciben el nombre de timbales, y al contraer y relajar los músculos internos del timbal se produce el sonido, además su abdomen actúa como caja de resonancia amplificando el sonido el estar sustancialmente hueco. Cada especie de cigarra emite en una frecuencia determinada para no atraer a las hembras equivocadas y se diferencian del resto de insectos en que son los únicos que poseen un tambor musical en el abdomen.
Pero si bien todos conocemos y reconocemos el canto de las cigarras menos conocido es su fascinante ciclo vital y metamorfosis.
Y es que curiosamente después del apareamiento la hembra deposita varios centenares de huevos en varias hendiduras que practica en las ramas de los árboles. Tras varias semanas los huevos eclosionan y de ellos sale una ninfa que buscará el suelo para enterrarse en él donde puede permanecer años, (hasta 17 años según la especie), alimentándose de la savia de las raíces.
Llegado el momento decidirá salir a la superficie, buscar un lugar apropiado y mudar su piel por última vez dejando un exoesqueleto marrón para empezar su vida adulta, que sólo será de unas pocas semanas tanto en los machos como en las hembras tras aparearse y cerrar el ciclo, que contrasta con los años en estado de ninfa que pasa bajo el suelo.
No en vano la finalidad de la vida es la reproducción con la continuidad de las especies.
En la imagen el exoesqueleto que ha dejado una cigarra tras su paso de ninfa a adulta.
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