Hace un par de días tuve que ir a urgencias.
Nada grave, aparentemente. Sigo vivo.
Entré a las seis de la tarde en la sala de espera para ser atendido y salí a las cuatro de la madrugada.
Y tuve la oportunidad de volver a comprobar que visitar urgencias de un gran hospital es de las experiencias más salvajes que uno puede experimentar.
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